En la montaña rusa

Una vez más, la certeza de un resultado electoral influye en las variables económicas. La economía no es solo cuestión de balances fiscales o estadísticas oficiales. En gran medida, es un juego de percepciones donde lo que cada actor imagina sobre el futuro condiciona las decisiones que toma hoy. En Argentina, este fenómeno se vuelve especialmente visible: una y otra vez la historia demuestra que son las expectativas, más que los datos, las que terminan guiando el comportamiento de los mercados, el rumbo de la política y hasta la dinámica cotidiana de la sociedad.

En términos sencillos, las expectativas son las creencias que tienen los individuos, empresas e inversores acerca de lo que ocurrirá en el futuro y para armar esas proyecciones cada actor incorpora todas las variables a su alcance: desde estadísticas oficiales y resultados electorales hasta señales políticas, rumores o experiencias personales previas. La teoría económica abordó este fenómeno de distintas maneras. Keynes hablaba de los “espíritus animales”, una mezcla de intuiciones y emociones que impulsan decisiones económicas.

Décadas más tarde surgieron las hipótesis de expectativas adaptativas, que plantea que los agentes proyectan el futuro en base a lo que pasó antes, y las de expectativas racionales, que suponen que los actores utilizan toda la información disponible para anticipar el porvenir. A partir de esta última se desarrolló también la “hipótesis de los mercados eficientes”, que plantea que los precios de los activos financieros ya incorporan toda la información existente, reflejando así de manera inmediata las expectativas de la sociedad. Estas diferentes visiones comparten la creencia que las expectativas no son un accesorio de la economía, sino un componente fundamental que orienta decisiones y define resultados.

Expectativas y economía

Los mercados financieros son el ámbito por excelencia donde las expectativas se hacen visibles de manera inmediata. Una declaración de un funcionario, una encuesta o una señal del Fondo Monetario Internacional pueden provocar movimientos abruptos e inmediatos en bonos, acciones y en la cotización del dólar, a partir de las operaciones que realizan los distintos agentes del mercado reaccionando a esa novedad. La clave radica en que las expectativas no solo influyen en quienes operan en los mercados financieros, sino que se extienden al resto de la economía.

Si un banco anticipa una devaluación, restringirá los créditos en pesos; si una pyme teme que suba el precio de sus insumos importados, adelantará compras; si un consumidor sospecha que la inflación seguirá alta, buscará refugiarse en dólares. Para las empresas, la incertidumbre es particularmente costosa dado que una firma que duda sobre la estabilidad del rumbo económico suele postergar proyectos, frenar contrataciones y acumular inventarios como protección. El resultado es un círculo vicioso en el cual las expectativas de crisis generan conductas defensivas que, al masificarse, terminan provocando la desaceleración de la actividad que se quería evitar.

Las expectativas también tienen un efecto distributivo. Quienes tienen acceso a información, instrumentos financieros más sofisticados o cobertura cambiaria pueden protegerse mejor, mientras que los sectores más vulnerables quedan expuestos a la constante erosión de sus ingresos. Así, la falta de credibilidad y la volatilidad de las expectativas no solo afectan al crecimiento, sino que amplifican desigualdades sociales.

En un plano más amplio, cuando la sociedad percibe que se avecina un cambio profundo en el signo político, los comportamientos económicos comienzan a alinearse con esa expectativa incluso antes de que el cambio se concrete.

La experiencia argentina

Nuestro país ofrece un terreno fértil para analizar cómo las expectativas moldean la economía: cada cambio de gobierno, cada elección, cada estadística, cada acuerdo con organismos internacionales dispara conjeturas que se trasladan inmediatamente a los precios. La historia reciente está llena de episodios donde las percepciones dominaron los hechos. Un ejemplo claro que ahora cobra actualidad fue la devaluación de 2019 tras las PASO cuando se anticipó un giro abrupto en la política económica y esa expectativa fue suficiente para un derrumbe del peso de más de 20%.

También en las recientes elecciones legislativas en la provincia de Buenos Aires, la derrota de La Libertad Avanza no solo tuvo un significado político, sino también económico: desde que se conocieron los primeros resultados, los mercados reaccionaron, anticipando un escenario de mayor dificultad para el oficialismo a la hora de impulsar reformas. La sola proyección de un Congreso más fragmentado fue suficiente para que se observaran movimientos en la cotización del dólar, caídas en los precios de los activos financieros y un aumento del riesgo país. Estos episodios muestran que en Argentina la credibilidad y la confianza son activos tan valiosos como las reservas internacionales o el superávit fiscal.

Un puente entre presente y futuro. A diferencia de lo que ocurre en países con instituciones sólidas y reglas claras, en Argentina las expectativas tienden a moverse con brusquedad, amplificando cualquier shock político o económico. Los números presentes importan, pero lo decisivo es cómo se imagina el futuro. La política económica enfrenta un doble desafío: no basta con diseñar medidas consistentes sino también es necesario transmitir confianza para que esas medidas resulten creíbles en un horizonte que trascienda al ciclo electoral inmediato. Sin un futuro claro, la incertidumbre domina la escena y convierte cualquier estrategia en un alivio transitorio. Mientras la Argentina no logre consolidar un marco de previsibilidad que sirva para ordenar las percepciones, el futuro seguirá estando condicionado por la volatilidad de las creencias más que por la solidez de los fundamentos.

*Sergio Rodriguez Glowinski es economista, director de Ingeco Argentina y agente de Bolsa en EE.UU.

por Sergio Rodríguez Glowinski

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