El Reino Unidoenfrenta una grave sequía, con condiciones meteorológicas extremadamente secas y calurosas que no se veían desde 1976. Los últimos seis meses hasta julio han sido los más secos en casi cinco décadas.
Cinco regiones están oficialmente en sequía y otras seis en »clima seco prolongado». Ante esta situación, el Grupo Nacional de Sequía (NDG), que reúne al gobierno, el Met Office, empresas de agua, agricultores y conservacionistas, ha declarado la situación como un »incidente de importancia nacional» y ha pedido a la ciudadanía reducir el consumo de agua. Hasta aquí, todo tiene sentido.
Sin embargo, una de las recomendaciones más llamativas y criticadas, ha sido la sugerencia de »borrar correos electrónicos y fotos antiguas» para ahorrar agua.
Esta medida ha sido fuertemente cuestionada por expertos y medios debido a su escaso impacto real. Múltiples conocedores del tema han señalado que la eliminación de correos o fotos almacenadas no tendría un efecto significativo.
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La razón es sencilla: una vez que los datos están almacenados, apenas generan calor y, por tanto, no requieren un esfuerzo adicional de refrigeración. Irónicamente, el proceso de buscar y eliminar archivos antiguos puede consumir más energía y recursos a corto plazo que dejarlos como están.
A esto se suma el hecho de que muchas veces los centros de datos donde se almacenan los archivos ni siquiera se encuentran en el Reino Unido, lo que reduce aún más la relevancia de esta medida en el contexto nacional.
Uno de los puntos más paradójicos es el apoyo abierto del gobierno británico al desarrollo de la inteligencia artificial (IA), a pesar de que su uso masivo también implica un gran consumo de agua y energía.
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Según un informe ambiental de Mistral AI, una sola respuesta de IA de 400 tokens puede requerir hasta 45 ml de agua y generar 1,14 gramos de dióxido de carbono. En una era en la que millones de personas utilizan diariamente herramientas de IA, esto representa un consumo de agua muy superior al que se pretende ahorrar eliminando correos personales.
Este enfoque desproporcionado revela un problema de fondo: en lugar de centrarse en políticas estructurales que realmente marquen la diferencia, se opta por trasladar la responsabilidad a la ciudadanía mediante gestos simbólicos innecesarios.
Si el gobierno quiere que la población colabore, necesita ofrecer medidas coherentes, proporcionales y basadas en evidencia, no recomendaciones anecdóticas que más parecen estrategias de relaciones públicas que políticas ambientales efectivas.
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