A 30 años del regresode Maradona a Boca

En medio de estos días de celebrados regresos al fútbol argentino, vale recordar un acontecimiento histórico del que se cumplen 30 años este jueves: el día que Diego Armando Maradona firmó su regreso a Boca, el 24 de julio de 1995, y comenzó su última aventura como jugador, con el club de la Ribera, ese que sellaría el final de su legendaria trayectoria.

Aquel 24 de julio del que este jueves se cumplen tres décadas, Maradona estampó su firma en la sede de Boca y selló así una vuelta histórica: su reencuentro con el club xeneize con el que había ganado el Metropolitano ‘81 y del que se fue para triunfar en Europa y volver ya consagrado campeón del mundo con la Selección Argentina. La máxima figura del título de México ‘86 volvería a calzarse esa camiseta tras su paso por Barcelona, luego de haber llevado al Napoli a la gloria (lo guió a la obtención de dos Scudettos, la Copa y Supercopa de Italia y la Copa de la UEFA) y después de una temporada en el Sevilla y un breve paso por Newell’s. Su regreso significaba también un reencuentro con el fútbol como jugador: el 10 volvía a calzarse los botines tras cumplir una sanción que lo alejó 15 meses de su pasión tras el segundo doping de su carrera, el del Mundial de Estados Unidos ’94. Durante ese tiempo, Maradona se había estrenado como DT en el fútbol argentino, poniéndose el buzo de Deportivo Mandiyú y de Racing, con los que cosechó apenas tres victorias en los 23 partidos entre ambos ciclos como entrenador.

Maradona no firmó en soledad aquella tarde: Claudio Paul Caniggia, su recordado aliado goleador con Argentina en los Mundiales ‘90 y ‘94, también puso su rúbrica para cristalizar la pareja estelar de refuerzos conquistada por la gestión del entonces presidente Antonio Alegre para el Apertura ’95. Mientras que el nacido en Fiorito -habilitado para jugar desde el 30 de septiembre- acordó un contrato por dos años y medio, el “Pájaro” arregló su llegada por un año. Aunque no fueron los únicos fichajes para sumar a aquel plantel, sí fueron los más rimbombantes y, entre ellos, el de Maradona sin dudas el más esperado por la hinchada xeneize. “Estaba a punto de viajar a España para incorporarme al Real Madrid, pero cuando me dijeron que iban a derivarme a un equipo de Segunda División, no dudé un instante y elegí Boca. La idea de jugar junto a Maradona me tentó, como era lógico: es un sueño que ahora se concreta”, le decía en la previa de aquel torneo a la revista El Gráfico Cristian “Kily” González, otro de los refuerzos que llegaba a la Ribera.

A nivel futbolístico, el mismo Silvio Marzolini que lo había dirigido cuando fue figura del título Metropolitano del ‘81 sería quien lo conduciría técnicamente en el inicio de su segunda aventura en Boca. Tras sumarse al plantel que por ese entonces se entrenaba en el Hindú Club y luego de cumplir cada uno de los días de su sanción, Maradona pisó otra vez la Bombonera con la camiseta xeneize en la fecha nueve del Apertura ‘95, el sábado 7 de octubre de ese año. Más de 50 mil hinchas en las tribunas recibieron al superhéroe envuelto con la camiseta azul marino con la franja amarilla y el logo de Parmalat en el pecho. Diego, concentrado, sonriente y luciendo un mechón rubio en su pelo corto que ya se replicaba en las cabezas de sus fanáticos sobre los tablones y en las calles, saltaba sobre el césped mientras la multitud coreaba su nombre y deseaba que, de su mano, llegaría un soñado título de campeón.

Solo faltaba un empujoncito para que la emoción superara a la leyenda del fútbol. Y entonces una caja gigante se abrió en medio del campo de juego y sus pequeñas hijas Dalma y Giannina aparecieron en su interior, vestidas con el pantalón y la camiseta de Boca y con sus manitos sosteniendo un cartel que decía “Gracias, papá”. “Le erraron fiero”, dijo Maradona después del partido sobre aquella sorpresa que lo hizo lagrimear y lo desestabilizó en su intento de no ser atravesado negativamente con la emotividad de su regreso. “Yo, que tenía que ser el equilibrio, el hombre frío y pensante, tiré un córner cuando no estaba nadie llegando, le pedía a Lamolina (Francisco, el árbitro) cosas que no eran… Me sentí mal, porque estaba acelerado”, explicó el diez.

Aquel encuentro histórico fue victoria para Boca, que se impuso sobre Colón por 1-0 gracias a un cabezazo de Darío Scotto, y la alegría de la vuelta de Maradona se mimetizó con los festejos por el reencuentro con el triunfo tras cuatro empates consecutivos. “Me encantó no haber participado de la jugada del gol. Me encantó que fue el ‘Kily’, que iba arriba Fabbri, que hizo el gol Scotto… porque se supone que yo tengo que dar el último pase, y no. Se demostró que somos un equipo“, dijo después del juego el capitán xeneize, quien fue la figura incontrastable de la jornada pero eligió priorizar lo colectivo.

El Maradona que regresaba a Boca pronto a cumplir los 35 años y con todos los laureles del deporte encima era más crítico y contestatario, era más grande y más maduro, que aquel que se había ido del fútbol argentino en el ‘81. Aquella tarde en la Bombonera, por caso, entregó una de sus frases inmortales, cuando Julio César Toresani dijo que lo iría a buscar a su casa -tras culparlo por haber sido expulsado- y Diego le respondió: “Segurola y Habana 4310, séptimo piso. Y vamos a ver si me dura 30 segundos”. Pero todavía habría mucha más discursividad maradoniana: solo en ese 1995, el campeón del mundo se refirió a la homosexualidad y criticó el mundo del fútbol -“hay una mentalidad cerrada, de la Edad de Piedra, que no deja que cada uno quiera ser lo que es“-, habló por primera vez públicamente de su relación con las drogas (en una nota a revista Gente que fue una bomba periodística), fue a la UBA a apoyar un reclamo de los estudiantes universitarios y apodó “cartonero Báez” a Mauricio Macri, luego de que asumiera como presidente en Boca y quisiera disminuirles las primas al plantel.

Con ausencias más o menos extensas, esa última aventura suya como futbolista concluyó en Boca en 1997 luego de un ciclo en el que Maradona jugó 31 partidos y gritó siete goles bajo tres conducciones técnicas (la de Marzolini y, luego, las de Carlos Salvador Bilardo y Héctor Veira). Su despedida sería en un recordado Superclásico en el que River perdió 2-1 a causa de los goles de Martín Palermo y Toresani, quien pasó de contrincante en el regreso a compañero en el adiós. Aquel partido, el 10 jugó solo el primer tiempo y se fue reemplazado por quien sería otro ídolo máximo xeneize: Juan Román Riquelme. Pero esa es otra historia, distinta a la que cuentan estas líneas, mientras se remueven las nostalgias, al cumplirse 30 años del regreso de Diego a Boca y de la última aventura de su zurda en las canchas de fútbol. 

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