Donald Trump, de la guerra de aranceles a la guerra de verdad y los nuevos riesgos de inflación

El presidente estadounidense quiere la paz, pero Netanyahu tiene otros planes, que obligan a Wall Street a dar un paso al costado. El mundo es un polvorín, aunque amaine la tormenta del comercio. La Fed se reunirá este martes y miércoles. ¿Cambiará su política? ¿Tocará las tasas?

  • Wall Street abre la semana expectante por la reunión de la Fed

  • Donald Trump pidió a Israel e Irán que lleguen a un acuerdo y no descartó la intervención de EEUU en el conflicto

Trump propone, pero otros liderazgos disponen. Los planes de Netanyahu obligan a Wall Street a dar un paso al costado.

Trump no encuentra paz. Su agresiva plataforma de campaña -que no es otra cosa que el verdadero programa de su gobierno- choca contra una realidad que se resiste a acatar órdenes. Otras voluntades de peso –Xi Jinping, Jay Powell, Vladimir Putin, Benjamin Netanyahu y los “vigilantes” del mercado de bonos- se interponen con sus planes. Así, la bandera de la guerra comercial trocó rápido en una tregua forzada, con el retroceso total en los “aranceles recíprocos”. Y, en cambio, el sueño de liderar un proceso de paz mundial -empantanado en Ucrania- estalló el viernes con la ofensiva relámpago de Israel en Irán, justo cuando Washington y Teherán se aprestaban a iniciar otra ronda de negociaciones.

¿Quién manda acá? ¿Dónde está el piloto? Trump propone, pero otros liderazgos disponen. También ambiciosos. Ninguno amateur. ¿Qué tan confiable es el nuevo orden internacional que el magnate inmobiliario vino a cambiar, y están cambiando, o tironeando, los demás? Wall Street, en una versión libre de El Gatopardo, se aprestaba a atacar sus récords absolutos, conseguidos en febrero, ya con Trump en la Casa Blanca, pero cuando todavía se lo consideraba inocuo y pro-negocios. O sea, contenido en sus aristas más nocivas. Volver a encaramarse en las cotizaciones de febrero es toda una definición. Fue fácil pensar, tras verlo pactar con Gran Bretaña y China, que el mercantilismo atropellador de Trump halló pronto la horma de su zapato.

Es cierto, los planes de Netanyahu obligan a Wall Street a dar un paso al costado. El mundo es un polvorín, aunque amaine la tormenta del comercio. Wall Street no siente ningún interés por la geopolítica, pero no avanzará por delante de los misiles. Conserva fresca la lección de la invasión a Ucrania. No hay que apurarse. Ya habrá tiempo de revancha. Por fortuna, el terreno civil revela una diferencia sustancial: la Fed es neutral. Esta vez lo suyo es ver y esperar. Hoy la política monetaria está en paz. No como en 2022 cuando corría a la zaga de una inflación rampante (9,1% a mitad de aquel año). Necesitó entonces seis subas de tasas incluyendo cuatro cañonazos consecutivos de 75 puntos base, en otras tantas reuniones, de junio a noviembre, para calmarla. Y debió seguir en 2023.

Inflación: las guerras agigantan su influencia

La inflación es, por eso mismo, un factor fundamental de la coyuntura. Y las guerras agigantan su influencia. La puja de aranceles es una artillería que percute incesante desde marzo. Bajo su influjo, los precios al consumidor cayeron 0,1% ese mes, y treparon apenas 0,2% en abril y 0,1% en mayo. Créase o no, la inflación interanual se hundió medio punto en el año. Pasó de 2,9% en 2024 a 2,4%, el mes pasado. Su versión núcleo mermó de 3,2% a 2,8%. La última medición del deflactor del consumo personal -que es la vara que utiliza la Fed- se ubicó en abril solo una décima por encima de la meta de 2%. La mejoría es notable. ¿Habrá inflación agazapada incubándose en la cadena de producción? Sí, pero los precios mayoristas cayeron 0,1% en marzo y 0,2% en abril para escalar solo 0,1% en mayo. La inflación mayorista interanual es 2,6%. En diciembre era 3,5%. Y si uno se interna más profundo -y hurga en los precios de bienes sin procesar para demanda intermedia- lo que encuentra es una caída interanual de 1%.

La guerra de aranceles es un volcán en erupción. El gravamen promedio efectivo rondaba 3% el año pasado y hoy es 21,9%, el más elevado desde 1909. Su explosión fue abrupta, aunque menguante. Sorprendentemente los únicos destrozos se detectan en precios puntuales y en la data blanda (como los informes PMI). El golpe más fuerte ha sido psicológico: la confianza del consumidor se desplomó en mayo hasta el segundo nivel más bajo que obra en los registros, anticipando una posible recesión. Sus expectativas de inflación a un año escalaron hasta 6,6% en mayo (después de una lectura preliminar de 7,3%), la más alta en 40 años.

Pero en junio hubo una reacción positiva. La confianza se recompuso por primera vez en el año. Y la inflación esperada descendió a 5,1% a un año (y 4,1% a diez años). Nada más balsámico que ver a Trump poniendo marcha atrás en su agenda más tóxica. Lo que aliviaba a los mercados en abril ahora sosiega también al consumidor. En 2022, ocurrió lo opuesto. La Bolsa se derrumbó de antemano y produjo un mercado bear antes siquiera que la Fed izara sus tasas. Fue el consumidor quien se cargó la economía al hombro y evitó una recesión. Que se tranquilice a tiempo es crucial para el éxito de la travesía.

¿Qué hará la Fed cuando se reúna esta semana?

La Fed, ya se dijo, quiere ver y esperar. Quería ver algo así, pero no se lo esperaba. Los informes de inflación son excelentes, admitió Austan Goolsbee de la Fed de Chicago antes de conocer el de mayo, que es el mejor. A priori, un salto de aranceles no tiene porqué elevar la inflación, aunque sí justifique una suba de precios por única vez. Pero el aumento fue masivo, operó en forma creciente y disparó represalias. Las expectativas -como denota el consumidor- podían desanclarse. Lo importante es que se absorbió sin mella y se evitó un desborde, lo que será menos probable que ocurra a medida que el shock pierde potencia.

La Fed se reunirá este martes y miércoles. ¿Cambiará su política? ¿Tocará las tasas? Jay Powell ya vio lo que quería ver. Pero, igual alargará la espera. Podrá ajustar sí su discurso y consignar los progresos evidentes de la inflación. Lamentablemente, ahora la guerra mudó de frente. Y los peligros inflacionarios, también. La energía barata, una obsesión de Trump, se hizo añicos antes que se lanzara el primer misil. El precio del barril de crudo Brent escaló 20% desde comienzos de junio. Se trata de otro conato de shock estanflacionario que irrumpe de prepo. La novedad es que Trump socavó la reputación de los activos estadounidense con su cruzada de abril, y ni el dólar ni los bonos del Tesoro son los refugios seguros de otrora. La Fed deberá ser más cuidadosa, entonces. Aun así, es probable que su prioridad ya no sea exclusivamente fijar las expectativas de inflación. Deberá acrecentar la vigilancia sobre la salud de la actividad y el empleo. Al menos, Wall Street lo piensa de esa manera. La oferta global de energía (y commodities) es elástica si se le concede algún tiempo para responder (otra lección de Ucrania). Por eso los mercados insisten con la idea de que la Fed bajará las tasas, no una sino dos veces, no ahora pero sí antes que termine el año. La suba de aranceles es un impuestazo. El mercado de trabajo se desacelera. Y los pedidos de subsidios por desempleo aumentan semana tras semana. Visto así, y con la inflación a raya, no parece una apuesta descabellada. Habrá que esperar, eso sí, que el Congreso (y los vigilantes del mercado de bonos) definan el rumbo fiscal y, de paso, que Israel haya tenido éxito en truncar el plan nuclear de Irán.

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