La muerte de la escritora, profesora y periodista Beatriz Sarlo, a los 82 años, representa una gran pérdida para la cultura argentina que ella ayudó a consolidar, analizar y discutir a lo largo de décadas, desde antes del final de la dictadura. Escritores, intelectuales, periodistas, lectores y exalumnos de su cátedra de literatura argentina y seminarios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), que en un momento llevó el nombre de “Problemas de la literatura argentina”, despidieron a la autora de Escenas de la vida posmoderna en redes sociales. Del exministro de Cultura Pablo Avelluto al historiador Roy Hora, y de la exlegisladora Elisa Carrió a la filósofa Roxana Kreimer, todos se refirieron a Sarlo con el merecido y bien ganado respeto después de años de trayectoria. Hasta los autores e investigadores cuyos trabajos reprobó valoraron su descomunal aporte. El duelo por la muerte de Sarlo recién comienza.
“Produce una inmensa tristeza saber que Beatriz Sarlo ya no está entre nosotros -escribió en su cuenta de X el historiador Hugo Vezzetti, que fue su compañero en el comité de redacción de la revista Punto de Vista-. Queda su obra crítica, una práctica única de la política y las ideas y el recuerdo de quienes tuvimos el privilegio de conocerla y recorrer juntos una vida de trabajo y compromiso intelectual”. En las páginas de Punto de Vista escribieron, entre muchos otros intelectuales, Oscar Terán, María Teresa Gramuglio, Hilda Sabato, Adrián Gorelik, Jorge Dotti, Federico Monjeau y Ana Porrúa.
“Beatriz fue nuestra Harold Bloom: creó un controversial e imprescindible canon literario argentino -dice el escritor Jorge Fernández Díaz-. Y fue también nuestra Susan Sontag, una gran observadora de la cultura social, y una incansable flâneur. Pero fue muchas otras cosas más: una intelectual comprometida con una gran vocación política y una amante del periodismo, oficio que practicaba con altura y que le habría gustado haber ejercido más plenamente de joven. Este será recordado, con tristeza, como en el año en que la Argentina perdió a dos de sus más grandes pensadores, dos rebeldes que además eran amigos: Beatriz Sarlo y Juan José Sebreli”. Tras la muerte de Sebreli a inicios de noviembre, Sarlo se comunicó con LA NACION, lamentando no poder escribir unas palabras de despedida al autor de Cuadernos por una afección en la vista.
“Con el fallecimiento de Beatriz Sarlo desaparece la última intelectual argentina -afirma el historiador Horacio Tarcus-. Antes de que las revistas culturales fueran desplazadas por los blogs y los intelectuales por los influencers, Beatriz cumplió a cabalidad con la función que las sociedades modernas asignaron a los intelectuales: la de pensar a contrapelo del poder de turno, la de azuzar a la opinión pública biempensante, la de descolocar lo que parecía que estaba en su lugar. Edward Said decía que el intelectual es siempre un outsider y Beatriz supo sostener durante décadas ese ejercicio de pararse a pensar desde ese lugar incómodo. En una entrevista televisiva, Luis Novaresio le preguntó si se definía como ‘intelectual de centroizquierda’. Beatriz respondió sin titubear: ‘Como intelectual de izquierda’. Sin embargo, no se complacía simplemente en ese rol, pues, como tal, no dejó de señalar ciertas vías muertas de la ideología de izquierdas, del mismo modo que como demócrata cuestionó los límites de clase del liberalismo, y como liberal lideró la resistencia cultural a la dictadura, analizó las aristas populistas del kirchnerismo y anunció la deriva autoritaria del mileísmo”. Para Tarcus, “Sarlo se va de un mundo que ya había dejado de ser el suyo: el de los diarios impresos en papel, el de las revistas culturales, el de las pasiones intelectuales, el de la política en el sentido fuerte del término, el de la avenida Corrientes con sus librerías y bares abiertos hasta la madrugada”.
Los restos de la escritora serán velados hoy desde las 19 hasta la medianoche en el Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (Cedinci), en Rodríguez Peña 356.
“Es difícil despedir a alguien que ha sido parte de la propia vida durante las últimas cuatro décadas -sostiene el exministro de Cultura Pablo Avelluto-. He leído sus libros, he publicado alguno de ellos, he compartido conversaciones memorables y desafiantes. He estado de acuerdo y he disentido con sus posiciones políticas a lo largo de los años. Fue una autora clave en mi formación y en la de muchos otros. Su voz crítica fue siempre una referencia ineludible. Literatura, ensayo, cine, música, Beatriz Sarlo fue una intelectual total a la que ninguna manifestación cultural le fue ajena. La voy -la vamos- a extrañar mucho”.
“Una de nuestras mayores intelectuales: voy a recordar algunos ítems que me tocó compartir con ella cuando éramos muy jóvenes, y que ya mostraban su audacia y claridad de pensamiento -señala la escritora Josefina Delgado-. Fuimos parte de aquel grupo extraordinario del Centro Editor de América Latina, con Luis Gregorich, Aníbal Ford, Jorge Lafforgue, Susana Zanetti. Terminaban los años 60, y creó un grupo de estudios que denominó Grupo Buenosayres, como el Adán de Marechal, y nos reuníamos en una casa prestada junto a Ricardo Piglia, Ángel Núñez y otros, principalmente a estudiar crítica literaria y sobre todo lo que en aquel momento comenzaba a divulgarse, que era el estructuralismo. Luego vendría su gran creación la revista Punto de Vista. Escribió una obra muy original: el libreto de la opera V. O., con música de Martín Bauer, para el Centro de Experimentación del Teatro Colón”.
“Beatriz se nos fue y parece un argumento de una novela sentimental a las que ella les dedicó tanto tiempo, porque pensaba que las narraciones populares merecían la misma dedicación que los grandes monumentos literarios -dice el escritor Daniel Link a LA NACION-. Desde la muerte de Rafael Filippelli, en marzo de 2023, Beatriz empezó a apagarse lentamente y duró el tiempo exacto que le demandó terminar su autobiografía, a la que tituló No entender. Seguirle el juego a Beatriz era prácticamente imposible. Tenía los gustos más estrambóticos y sus opiniones eran tan contundentes como los análisis culturales que propuso en sus muchos libros. Además, se interesaba por la política a niveles desesperantes. Poco antes del triunfo de Milei, que a ella le hizo mucho daño, intelectual y afectivamente, hablamos de política por última vez. Pensaba que el país había alcanzado su nivel definitivo de disolución. Escribió libros sobre literatura, sobre las maestras normales, sobre Evita Perón, sobre la novela sentimental, sobre temas de historia intelectual, sobre la gauchesca. Participó en los consejos de redacción de las dos revistas más emblemáticas de dos épocas, Los Libros, en los años 70, y luego Punto de Vista, durante la dictadura y después. Mi historia con Beatriz empieza por esos años y no terminará nunca. La cultura argentina, que ella conocía mejor que nadie, debería homenajearla durante meses, años, décadas. La Facultad de Filosofía y Letras, que tanto la maltrató, debería publicar una disculpa pública. Para que su ida hacia adelante no nos sumerjan en el horror absoluto, imaginamos su ausencia como una apoteosis. Nosotras, sus alumnas, le seguiremos preguntando cosas, como se hace siempre con las divinidades tutelares”.
La Facultad de Filosofía y Letras de la UBA difundió un mensaje protocolar en redes sociales: “Con una gran tristeza despedimos a Beatriz Sarlo, gran profesora, escritora, crítica literaria y querida docente de nuestra Facultad. Una intelectual fundamental de nuestros tiempos, con un amplio reconocimiento internacional gracias a sus destacados aportes académicos”.
La escritora Leonor Silvestri fue alumna de Sarlo en Puan. “Mil y una lecciones aprendimos en sus clases: a comprar los libros de editoriales independientes y no fotocopiarlos; a no estudiar con clases desgrabadas (no permitía desgrabaciones, había que estar presente); a leer la bibliografía complementaria porque no se puede hablar de la pasión sin Spinoza, Sade ni Bataille; a no cancelar autores pero seleccionar bien a quién leer (doy testimonio público de que jamás canceló a Osvaldo Soriano, solo que prefirió que estudiáramos a Sylvia Molloy); a asumir errores (fue un desacierto para la crítica literaria argentina convertir el latín y el griego, con los que ella comenzó, tan solo una especialización de gueto, una barthesiana como ella debería haberlo anticipado); a respetar a los mayores (de Jaime Rest, su maestro, a David Viñas, pese a sus peleas y a quien nunca ninguneó); a tener una biblioteca concisa pero sólida que se lleva encima; a leer a todo Cortázar pese a que lo consideraba literatura infantil; a amar a Walter Benjamin y Roland Barthes”. Para Silvestri, Sarlo es al ensayo, la docencia y la crítica literaria lato sensu lo que Jorge Luis Borges es a la literatura argentina, “una sabia vapuleada, mancillada y degradada por el peronismo”.
Pacho O’Donnell también reflexionó sobre la importancia de la ensayista en la escena cultural. “Sarlo enseñó lo que es ser una intelectual en democracia. Sabía escuchar y sus opiniones se sustentaban en una sólida base conceptual e ideológica que la llevó a confrontar con posturas “políticamente correctas”. Una vida que valió la pena ser vivida”.
El periodista y escritor Néstor Tirri la despidió destacando su lucidez y cualidad de polemista. “Se ha ido una de las ensayistas más lúcidas que tuvo la cultura argentina. Y, también, más polémicas (y, acaso, más aguerridas). Aseguraba que su modelo intelectual-político tenía tres B: Borges, Benjamin, Bourdieu. Cuando cumplió 80 años, publicó un libro y dijo, con un toque nostálgico, que sería el último. Yo no le creí, y tuvimos un breve intercambio de mensajes acerca de la edad, la creatividad y -sobre todo- el momento histórico en el que te sorprende ese atisbo de desgano. Ahora pienso que la estaba asediando una fatiga (y el duelo por la pérdida de su viejo compagno di vita, Rafael Filippelli) que no se percibía, porque parecía siempre en pie de guerra. Extrañaremos tu garra, Beatriz”.
Por su parte, Andrea Giunta no dudó en calificarla como “la intelectual contemporánea más notable del campo cultural argentino”. Y recordó también su vínculo personal: “Beatriz fue una lectora extraordinaria de mi tesis. Aprendí increíblemente de sus comentarios. Y más aprendí de la lectura voraz de todos sus libros, de la revista Punto de Vista que creó y dirigió, de las conversaciones que tuvimos a lo largo de los años. Le interesaron temas de investigación académicos (como su estudio del folletín, o de la modernidad literaria y artística), y temas de actualidad, los nuevos fenómenos culturales y también la política. Tengo recuerdos notables de la lectura de sus estudios sobre las maestras o las traductoras. Atenta, inquisitiva, era una etnógrafa en las marchas que luego describía y analizaba en sus notas en los diarios. Beatriz se involucró en innumerables controversias, redactó y firmó cartas, asumió posiciones. Intervino en todos los debates como una extraordinaria polemista, una pensadora sofisticada, una intelectual completa. Admiré muchas de sus decisiones, y su ética fue un modelo. Podías coincidir o disentir con Beatriz, pero jamás permanecer indiferente. Y esa es una cualidad superlativa en la definición de un intelectual con poder de intervención en la escena pública. Vamos a extrañar escucharla en la televisión o en las cenas de Siglo XXI. La ausencia de su voz en una pérdida incalculable que solo paliará la lectura de sus muchos libros, fundamentales para comprender la cultura argentina”.
El músico Martín Bauer, con quien Sarlo trabajó, aseguró: “No va a ser fácil afrontar la enorme intensidad de nuestra pena. Fuimos amigos y más que eso, fuimos cómplices. Hay una manera de pensar y una manera de aprender. No sé si hay una manera de enseñar. Eso sucede por añadidura. Sin método ni organización. Borges empieza su poema a Sarmiento diciendo ‘No lo abruman ni el mármol ni la gloria’. A Beatriz no la abrumaba nada. Hizo siempre lo que quiso. Si yo me acerqué a esa ilusión o participé un poco de esa condición, fue por identificación con ella. Le debo tanto a Beatriz…. Espero honrarlo. No ceder y no temer. Es mucho lo que se puede aprender de una persona valiente. Es importante recordar la voz que permanece, cuando se ha ido quien la tuvo”.
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