Historias trágicas del ballet: la bailarina clásica que murió envuelta en fuego en pleno ensayo

Ya es prácticamente un lugar común, un concepto tantas veces repetido: qué sacrificada que es la vida de una bailarina, supuestamente más que ninguna otra profesión artística. En cierta forma es una realidad (sin embargo, no muy distinta a la de un pianista o un violinista profesionales, aunque raramente se los compadece), pero también un conjunto de mitos que dejan de lado la felicidad irremplazable que significa bailar.

Ahora bien, y ampliando un poco la idea del sacrificio, qué podría decirse entonces de aquellas bailarinas que en el siglo XIX eran gravemente dañadas, o incluso morían, cuando sus tutús vaporosos eran alcanzados, accidentalmente, por el fuego de las lámparas de gas de las candilejas.

La bailarina francesa Emma Livry (1842-1863) fue un caso particularmente ilustrativo de estos hechos trágicos que por diferentes motivos terminan, en cierta forma, completando el paisaje de ese período muy influyente de la historia de la danza escénica occidental: la corriente del ballet romántico francés con su idealización de la figura femenina, sus tramas de pasiones y de muerte y sus oposiciones entre los mundos reales y los mundos fantásticos.

Es también con este período romántico (romántico no en el sentido de sentimental sino como perteneciente a la corriente musical, literaria y plástica llamada Romanticismo) que aparecen por primera vez los tutús: esas faldas largas y blancas, hechas de varias capas de géneros muy livianos, tan características del ballet de esa época e identificadas con personajes ultraterrenos. El creador de este vestuario fue Eugéne Lami, pintor y vestuarista de la Ópera, y por esta invención se lo recuerda hasta hoy.

Sus tutús, sin embargo, sufrirían en las épocas posteriores sucesivos acortamientos por diversas razones.

Emma Livry, el nacimiento de una estrella

Emma Livry se consagró como una estrella del ballet muy joven. Y su final fue trágico.Emma Livry se consagró como una estrella del ballet muy joven. Y su final fue trágico.

Emma Livry era hija no legitimada de una mediocre bailarina de la Ópera de París, Margueritte Emarot, y del barón Charles de Chassiron -este tipo de uniones eran más que frecuentes en el medio de la Ópera-; pero fue un nuevo amante de su madre, el vizconde de Montguyon, el que se ocupó de que Emma no sólo ingresara a la Ópera sino que se le diera, cuando tenía apenas 16 años, el rol principal de La sílfide de Filippo Taglioni, estrenada originalmente en 1832.

Hay que recordar que La sílfide había iniciado la corriente del ballet romántico francés y que aseguró para siempre el paso a la leyenda de su intérprete Marie Taglioni, quien además ha quedado en la historia como la primera figura del ballet que se encaramó sobre la punta de sus pies.

Muchas grandes primeras bailarinas en las dos décadas siguientes habían encarnado ese rol, ¿cómo podía competir con ellas esta jovencísima debutante Emma Livry? Sin embargo, lo logró merced -según críticos de la época- a su gracia, su cualidad aérea y su fidelidad a la tradición de Marie Taglioni con quien se la comparó inmediatamente.

Y fue quizás debido a estas novedades que la propia Taglioni dejó su retiro frente al Lago de Como, en Italia, para comenzar una segunda vida en la Ópera de París, donde fue nombrada Inspectora de la Danza. Pero Marie Taglioni se ocupó además de preparar a Emma Livry en diferentes roles y el prestigio de su protegida creció grandemente. También el salario de Emma, que se triplicó en poco tiempo.

Un ensayo de Un ensayo de «Giselle» en el Teatro Colón. Todas las bailarinas con sus tutús, algo que en el pasado era peligroso. Foto: Cristina Sille

Un nuevo ballet fue concebido especialmente para ella, La mariposa. La coreografía era de Marie Taglioni -la única que crearía en su vida-, el libreto de Vernoy de Saint Georges, autor también de Giselle, y la música de Jacques Offenbach. El libreto era bastante rebuscado y un poco ridículo (el ballet fue reconstruido en 1976), pero la manera en que Emma Livry encarnó su papel tuvo un efecto descomunal: “la interpretación de la señorita Livry la ha elevado hasta las estrellas”, escribió un crítico.

Emma Livry no era lo que convencionalmente llamaríamos bonita. Tenía una nariz prominente, el mentón retraído y las comisuras de la boca caídas, lo que la hacía una presa fácil para los caricaturistas. Pero estos rasgos no borraban cualidades de otro tipo.

Un crítico un poco exaltado escribió: “Dos hermosos ojos, llenos de fuego y ternura, iluminan ese pequeño rostro etéreo”. Después del triunfo de La mariposa, un camino maravilloso parecía abrirse para Emma: la rodeaban amigos y admiradores, Marie Taglioni la había tomado bajo su protección como si fuera su propia madre y ganaba un sueldo inimaginable para una artista de su edad.

La muerte precoz

Una imagen de Una imagen de «La sílfide». Todas la bailarinas con tutús. Foto: EFE/Kote Rodrigo

No habría que hacer una comparación obvia entre la vida efímera de una mariposa y la de Emma, pero resulta prácticamente inevitable.

Desde hacía mucho tiempo no faltaban advertencias sobre los peligros de incendios en los teatros europeos. Muchos de ellos habían sucumbido a las llamas por diferentes causas y por solo citar un ejemplo, la Ópera de Paris se había consumido dos veces en el curso de apenas veinte años. La invención de las lámparas a gas, ya utilizadas en el estreno de La sílfide y que permitían crear atmósferas muy sugestivas, agregaron sin embargo nuevos peligros.

En 1843, durante la presentación del ballet Giselle en la ciudad de Lyon, una integrante del cuerpo de baile había tenido quemaduras parciales cuando las luces de las candilejas alcanzaron su tutú.

Hubo otros episodios, algunos fatales, y la dirección de la Ópera de París estableció finalmente que los tutús debían obligatoriamente pasar por un proceso de “carteronización” (por su creador Jean-Adolphe Carteron), que consistía en sumergir esas faldas largas y etéreas en una solución anti ignífuga. Muchas bailarinas consideraron que este proceso, que volvía a los tutús sucios y rígidos, atentaba contra la levedad y contra los saltos ingrávidos que tanto tiempo y esfuerzo les había llevado lograr.

Una imagen de Una imagen de «Bailarinas incendiadas», la obra que se presenta en Arthaus.

Emma Livry, por su parte, firmó un documento en el que se negaba terminantemente a usar tutús tratados con esa solución y absolvía de toda responsabilidad a las autoridades de la Ópera de París en el caso de un accidente.

En un fatídico 15 de noviembre de 1862, durante un ensayo general de la ópera de Auber La muette de Portici, las llamas rozaron el tutú de Emma e inmediatamente la envolvieron. Dos compañeras trataron de rescatarla y un bombero la rodeó con una manta húmeda. Inútil, apenas se la distinguió de rodillas, rezando.

Su agonía duró ocho meses y cuando finalmente falleció, el 26 de julio de 1863 -escribió la historiadora Parmenia Migel-, “el último vestigio del ballet romántico murió con ella”.

En estos momentos y hasta el mes de diciembre un grupo de intérpretes dirigido por Luciana Acuña lleva a escena la performance Bailarinas incendiadas, basada parcialmente en esta historia (de viernes a domingo a las 20 en Arthaus. Bartolomé Mitre 434)

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